Desde hace algún tiempo se ha
convertido en cosa común encontrarse con críticas jocosas sobre el cantautor
guatemalteco Ricardo Arjona. Estas críticas se han vuelto mayoritarias ad portas de la anunciada y errada
concepción acerca de una posible destrucción del planeta tierra (en
contraposición al “fin del mundo”, el
cual cada uno de nosotros viviremos indefectiblemente, pero esto es materia de
otro post y en otro espacio). Ciertamente varios de los memes sobre Ricardo Arjona resultan cómicos, y el hecho accidental
que la civilización Maya se haya asentado en el mismo espacio geográfico donde
siglos después naciera Arjona, invita a relacionar la supuesta predicción con
su música, en un momento en que las burlas hacia sus composiciones ya habían
cobrado fuerza independientemente de la predicción citada. El título de este
post podría erradamente invitar a pensar que yo disfruto de su música; nada más
errado. Considero que Arjona, como compositor, es tan malo como cualquier otro
compositor latinoamericano o anglosajón cuyas aspiraciones musicales son tan
duraderas como una democracia latinoamericana y profunda como un charco de agua
estancada. Sin embargo la manifestación cultural anti-Arjona invita a una
reflexión.
El origen
Conozco muchas personas que han
hecho suyo el discurso anti-Arjona, lo que cabe preguntarse es ¿por qué Ricardo
Arjona ha sido elegido como la víctima de tal discurso?, ¿es que no existen
otras manifestaciones musicales que sean igual de desastrosas? El reggaetón y
otras “piezas trascendentales” de música popular han sido también víctimas de burla,
sin embargo en honor a la verdad no podemos comparar las benignas melodías “Arjónicas”
y su poesía “Nerudiana”, con las
agresivas paráfrasis reggaetoneras y su discurso donde exhiben una magnífica
prosa de película triple X. Pero aun así me atrevería a señalar que muchos
están más dispuestos –o predispuestos- a reconocer algo divertido y jocoso en
el reggaetón antes que aceptar siquiera una cualidad positiva en la música de
Ricardo Arjona. Quizás este ensañamiento contra el cantautor guatemalteco se
deba a sus pretensiones. En la canción Quién
diría dice ser “un trovador”, y
en otra ocasión tuvo un intercambio de palabras acerca de los méritos musicales
respectivos con Fito Paez[1]. Otra
posible explicación puede ser lo que los griegos llamaban el Ethos; el Ethos de Arjona dista de ser sensible y reflexivo, se acerca más a
la de un busca pleitos de bar o un galán de telenovela mexicana. Aparentemente el
público está dispuesto a aceptar con mayor apertura al “poeta desgraciado”, a
Sabina, quién es un hombre viejo y golpeado por la vida, o más bien golpeado
por el alcohol; a Charly García quien es un flaco inofensivo y golpeado por la
vida, o por las drogas; a Silvio Rodríguez, quien es un dinosaurio idealista,
con look de intelectual revolucionario, y por ende inofensivo. Esto podría estar
relacionado a lo que los norteamericanos llaman el “fenómeno del underdog”. Sylvester Stallone ganó el
Oscar con su primera entrega de Rocky
(1976), en donde encarnó a un hombre fuerte y de buen corazón, pero a todas
luces con serias taras cognitivas. El público está dispuesto a aceptar con
mayor facilidad a quien triunfa en la vida recibiendo golpes en la quijada,
podría ser la moraleja, pues todos tenemos debilidades y nos sentimos, de una u
otra manera, golpeados por la vida; es difícil identificarse con un hombre de
buena presencia y éxito, no activa la sensibilidad en el público masculino,
sino la competitividad, y en el público femenino podría despertar deseo. Otros han señalado que el cantautor
guatemalteco, de plano, plagia[2],
sin embargo esto no es exclusivo de Arjona; Joaquín Sabina, Hernaldo Zuñiga,
Silvio Rodríguez o Joan Manuel Serrat han plagiado ampliamente de poetas
españoles del siglo XIX, de Rubén Darío y de la generación del 27. Que señalen
el plagio de Arjona y no lo encuentren en esos otros autores es parte del
fenómeno, y muestra que el entendimiento popular no puede ver más allá de su
propia generación; todo lo que se encuentre en otro tiempo, en otro siglo, es
desconocido para ellos. Si algo, podríamos “alabar” que Arjona se nutra de sus contemporáneos,
mientras que estos busquen reflejar una filosofía romántica y modernista,
propia de otro siglo. Extrañamente Sabina, Rodríguez y otros han mencionado
también como inspiración al vate César Vallejo, pero si ellos hubieran interiorizado
a Vallejo, su música hubiera impulsado una revolución vanguardista, llevándola
a un nivel de arte propiamente dicho, y su poesía no estaría dirigida a masas
de jóvenes sensibles pero, como Rocky, con taras cognitivas; no hablarían del
amor romántico, sino de la pérdida de la ingenuidad e inocencia en un mundo
desolador, de la muerte del amor
romántico, de la desesperación y confusión de la existencia. Predeciblemente serían
poco menos que poco populares, pero ciertamente con valor artístico (valor que ni
ellos, ni Arjona, tienen). Frente a esto Arjona está “tan sólo un escalón peor”,
es anacrónico pues plagia de los anacrónicos, el plagio de un plagio si
quieren. En cualquier caso estas son especulaciones, y ninguna puede explicar
de forma efectiva el “fenómeno anti-Arjona”.
El fin del mundo, Arjona, y la alienación
Si bien difícilmente encontraremos
una respuesta única para explicar el origen de este rechazo, si podemos
diseccionar algo de lo que esconde este fenómeno. Hasta el día de hoy no me he
encontrado a un crítico de la música de Arjona que, a su vez, no esté dispuesto
a alabar la música popular de Héctor Lavoe, Charly García, Calle 13 o los
Beatles, por mencionar algunos al azar; por lo menos a alguno de ellos, y en
muchos casos a todos ellos, o semejantes. Si nos quedamos con estos ejemplos
resulta algo interesante, a nivel social tanto Lavoe, como García, calle 13 y
los Beatles, se encuentran distantes, geográfica y culturalmente. Incluso el
éxito a nivel nacional de bandas como Bareto está anclado a un suvenir foráneo:
Lima y su clase media empezó a consumir la riqueza de la Amazonía, un país
distante que, les hicieron creer, se encuentra bajo el régimen de un mismo estandarte
nacional. Si interpretamos la identificación social, encontramos la tendencia
de la juventud de clase media limeña a una identificación alienada. Hector
Lavoe representa lo más profundo de la cultura popular criolla e incluso del
hampa; Charly García es el máximo exponente de alienación latinoamericana: Rock,
expresión de música norteamericana popular, y rebeldía frente a un status quo consumista (para rebelarse al
status quo consumista, antes tiene
que aceptarse el status quo), Calle
13 está incluido en esta lectura, pero añade ritmos reggaetoneros; los Beatles
son la máxima expresión de capitalismo y conformismo, distante de nuestra generación
en tiempo y espacio. Sin embargo se han vuelto sumamente populares las fiestas
de salsa (y consecuente admiración por Lavoe) en antros burranquinos, y la
idolatría por García y los Beatles es cosa generalizada en las universidades y
demás conglomerados de jóvenes clase medieros. Calle 13 les da la oportunidad
de “bailar reggaetón con conciencia social”, una deshonesta y desnutrida
conciencia social. Curiosamente la edulcorada música de Ricardo Arjona está
mucho más cercana a la realidad de nuestra clase media limeña, que la de
cualquiera de esos exponentes de música popular. Nuestros jóvenes de clase
media no viven ni han vivido la cultura criolla y del hampa –cuanto mucho somos
víctimas de ella-, no se han rebelado frente a nada, y si lo han hecho, no
saben contra qué, y mucho menos han vivido la época hippie o han entendido que
la verdadera significación de “la beatlemania” es una cálida aceptación del
sistema. Los “dramas” románticos de nuestra clase media[3],
se ven mejor expresados en las líricas del guatemalteco, pero como la historia
del hombre que se negaba a ver su propio reflejo en el espejo, se niega la
identificación y reflejo en quien bien podría apadrinar a nuestra generación
por entero.
El mérito y la interpretación
Estrictamente hablando ni Lavoe,
Garcia, calle 13 o los Beatles (o muchos más que son populares en el ámbito de
la clase media) tienen mayor mérito musical que Ricardo Arjona. Todos ellos
están o estuvieron adscritos a las tendencias populares y expurgaron de “su
arte” cualquier atisbo de verdadera creación artística, esto es, originalidad,
voz propia y trascendencia. En cuanto a líricas se refiere podríamos hacer un
concurso internacional para dilucidar si las letras de Arjona son peores o mejores que líneas como “por favor no hagas promesas sobre el
bidet” (García), “chipi chipi chipi bon
bon chipi chipi bon bon” (Garcia) o la trascendental “She love you yeah yeah yeah” (Beatles) y no continuo con los otros
ya. El rechazo al guatemalteco no puede hacerse sobre la base de méritos
artísticos. Quienes consumen a esos otros que admiran, evidentemente no
entienden de mérito artístico. Lo que esconde este fenómeno es un profundo
rechazo a identificarse con una parte de sí mismos. Lacan hablaba de la expulsión de “lo que le corresponde a lo masculino”
durante el parto, Deleuze identificó
esta identificación con “lo distinto” con un deseo, es decir convirtió en
fuerza positiva lo que es por
naturaleza de fuerza negativa; la “expulsión”
se hace de manera inconsciente, la joven que danza al ritmo de Lavoe y repudia
a Arjona, no sabe que lo hace a causa de mecanismos que no conoce ni cuál es su
significado en la economía de la psique. Lo que está rechazando es una parte de
sí misma, que realmente es de sí misma,
no requiere de una fuerza positiva (hacia adelante) para rechazar lo que conscientemente
podría identificar como no idéntica a ella (el bebé), o de una proyección a la
base de un deseo. Lacan y Deleuze se equivocaron, pero tampoco cuento por el momento
con una mejor explicación. Si especulo sin embargo, que la joven de mi ejemplo
no quiere aceptar que ella se sentiría más cómoda siendo la musa de canciones
como “Desnuda” o “Quién diría” de Arjona; quiere negar su
propia sensiblería y superficialidad, pero ante la escases de recursos para
recostarse en otros ámbitos, su inadecuación toma asiento en bolsones
alienados, donde la misma sensiblería y superficialidad es excusada por la
lejanía, en tiempo y espacio, consigo misma.
Hasta este punto paramos, lo que
se sigue es una interpretación que escapa de este espacio. Podemos redondear
sin embargo ciertas ideas; en primer lugar no hay una explicación coherente y
efectiva para el rechazo, aunque podemos hacer algunas interpretaciones. En segundo
lugar sabemos, aunque no hasta qué punto, que a la base de este y otros
fenómenos similares se encuentra una inconmensurable fuerza alienante, que se
extiende en tiempo y espacio. Probablemente esta misma fuerza se vea
involucrada en fenómenos individuales, como la identificación con el grupo de
referencia. Finalmente, si no fuera popular burlarse de Ricardo Arjona, o
escuchar a los Beatles en el Sargento Pimienta, difícilmente individuos
particulares de nuestra clase media limeña tendrían la misma opinión. Necesariamente
tiene que ser un fenómeno social compartido.
Esto último nos deja con una
triste conclusión: cada vez más, o quizás desde siempre, el individuo se va
perdiendo en la masa, y el pensamiento individual, la crítica y posturas
divergentes, se estandarizan en beneficio de la economía mental. Como diría Arjona, “El problema
no es que lo critiquen, el problema es que no critiquen a los otros.”
Si me preguntan, este bien puede
ser el fin del mundo, o por lo menos la decadencia de una cultura.
[2] http://www.thewildchildren.com/5-razones-por-las-cuales-ricardo-arjona-vale-verga/
(razón quinta: “RICARDO
ARJONA HA HECHO PLAGIO DE CANCIONES DE JOAQUIN SABINA Y DE HERNALDO ZÚÑIGA!!!”)
[3] + http://www.solteracodiciada.com/
esta es una de las tantas manifestaciones del “drama romántico” clase mediero.